Bodega La Melonera

La Bodega La Melonera hunde su memoria en el recuerdo de lo auténtico y lo autóctono. Tiene su origen en 2003. Cuando el bodeguero Javier Suqué, heredero de una de las tradiciones vitivinícolas más importantes de España, compartió con su primo Jorge Viladomiu Peitx la ilusión de hacer algo diferente, algo que dejara huella. Se propuso recuperar una tradición vinícola con más de 3.000 años de antigüedad. Así fue como, junto con un grupo de inversores apasionados por el reto, se embarcaron en la aventura de encontrar el mejor enclave para la creación de unos vinos únicos. Y, tras investigar en los volúmenes de la biblioteca privada del Castillo de Perelada, propiedad de la familia Suqué Mateu desde 1923, localizaron un libro en el que encontraron la clave buscada. Escrito en 1807 por Simón de Rojas Clemente, en él se detallaban las características únicas de la Serranía de Ronda y su antigua tradición vitivinícola. Solo interrumpida a finales del siglo XIX a causa de la plaga de filoxera que azotó la zona.

Hasta la plaga de la filoxera, las variedades autóctonas fueron exportadas a todo el orbe gracias a su calidad y su cercanía con los puertos de embarque hacia el nuevo mundo. Los viajeros románticos del XIX como el hispanista Richard Ford o el primer ministro inglés Benjamin Disraeli pasaban por allí camino de Granada en lo que se conoció como el Great South Tour, y literatos de la talla de James Joyce, García Lorca o Hemingway, alabaron a esta tierra, de sol y de buen vino.

Con una orientación sur sureste, la finca posee unas 200 hectáreas (divididas en 32 micro-parcelas dedicadas cada una al monocultivo de cada variedad: tintilla de Rota, Melonera, Rome, Doradilla, Garnacha, Tempranillo, Moscatel morisco, Blasco, Syrah…) cuyas altitudes se encuentran entre los 650 y los 940 metros, lo que da lugar a una oscilación térmica diaria de hasta 20 grados tanto en invierno como en verano. Si a esto añadimos más de 800 litros de lluvias anuales y los vientos húmedos que llegan desde el Atlántico, la convierten en un emplazamiento ideal para el cultivo de la vid.

La Melonera nace con la vocación de recuperar algunas de las uvas con más larga tradición vitivinícola del planeta y que serían el germen de la viticultura del nuevo mundo, como son la Tintilla, la Blasco, la Rome y la Melonera, entre otras. Al tiempo que los trabajos de recuperación se llevaban a cabo, el equipo de expertos de la finca también se ocupó de incluir dichas cepas históricas en los registros actuales, ya que en la mayoría de los casos se habían dado por extintas.

Han diseñado novedosos métodos de emparrado y de control para que estas cepas jóvenes (pero históricas) se expongan al sol y se aireen de forma que, en menor tiempo puedan igualar las condiciones y la disposición que las cepas de mayor edad tardan años en alcanzar. En ese sentido se ha dispuesto un sistema de emparrado doble y una estructura de aros que contienen y guían a la planta y que le confieren una mayor superficie foliar, lo que redunda en la producción de granos sueltos y pequeños que posibilitan una maduración homogénea y que colaboran en la preservación de los aromas primarios característicos de cada variedad.

Hablamos, por tanto, de un cultivo artesanal y que aprovecha las condiciones climáticas, del terreno, de su vegetación natural y de los suelos. Detalles como los manantiales romanos y los drenajes de teja árabe que posibilitan un sistema de captación de aguas respetuosa con el medio, hasta la poda quinquenal de las encinas y los robles centenarios que amortiguan los cambios de temperatura y mantienen la humedad en las viñas. Todo esto resulta en un verdadero compromiso no solo con lo que requiere la crianza de la vid, sino con el medio ambiente. No sólo no se utilizan agroquímicos, sino que en los cultivos que no son viñedos (cultivan otras plantas para consumo propio), las semillas utilizadas son extraídas de los propios frutos que la tierra ha dado, asegurando así la pureza de todo el proceso.

La finca está en transición para obtener la certificación ecológica próximamente. Ya que trabajan, como hemos visto, en ecológico toda la producción. La Tintilla de Rota y la Melonera ya están certificadas. (colección MHV, Yo Solo)

Con plantaciones en dehesa y fuera de ella, en terrenos llanos y en bancales y con texturas que comprenden suelos arcillosos, de arena franca y algunas parcelas marcadas por la caliza. Con tipos de emparrados dobles que generan una competencia radicular entre las cepas, con aros estructurales que las contienen y que les confieren una superficie foliar privilegiada. Y con las diferencias de altitud de un terreno que acentúa la variedad de condiciones climáticas de la zona, la riqueza de matices y opciones, junto con el esfuerzo, asegura una originalidad y una excelencia que se ve plasmada en el embotellado final de sus vinos.